Semana ahogada

31 de mayo de 2008

La semana estaba siendo dura, la desidia gobernaba mi estado de incertidumbre emocional y profesional. Las tareas se acumulaban y no sabía como salir airoso de todos los compromisos en los que estaba sumido. Además, un extraño sentimiento de culpa emocional acechaba mi cabeza, los pinchazos en el corazón se sucedían.


Como siempre, comencé intentado restablecer el ordena natural de mis emociones. Busqué la complicidad en personas que en un tiempo pasado me la concedieron, no hubo manera. Mi apatía e individualismo había hecho que dichas personas me dieran la espalda, tal vez me lo mereciese por egoísta.

Tras pasear durante largo rato bajo el sol primaveral con la mente en blanco, retorné a casa, con la pretensión de divagar sobre posibles salidas. No había lugar a dudas, la desesperanza me estaba ganando terreno, poco le quedaba para conquistar mi moral. Me acerqué al frigorífico, nada que comer pero sí que ingerir o beber. Cerveza fría para ahogar la culpa que me acechaba.

Las cervezas se sucedieron; 3, 4… 5? Qué importaba ya. Me asomé a la ventana, el bar de siempre, la persiana medio echada, habrá que probar suerte. Entré sin permiso aparente, no había nadie, un lugar oscuro y vacío. Al avanzar se descubre la camarera de procedencia sudamericana, con su acento gracioso espeta “Señor, el bar está cerrado”. Saqué la billetera, dispuse encima de la mesa billetes y más billetes, su expresión tornó de prohibición a pícara. La tarde estaba echada… y la noche…

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