Parece que fue ayer (III): Internet es malo

15 de noviembre de 2009

Finalmente, me fui a dormir a casa como tantas otras noches: bebido y aburrido. A la mañana siguiente encendí el ordenador con la inquietud de saber si era o no verdad el que quisieran volver a hablar con un desgraciado como yo, sería toda una novedad en mi vida.

Eran ya las 16h y no había señal de vida nueva en mi bonita cuenta del messenger. Decidí persistir en el intento y me lancé a buscarlas en la red social de moda: tuenti. Por suerte, no había muchas Ronaldas en la ciudad. Un par de mensajes privados y tenía a las dos en el tuenti y en el messenger.

La relación con mis nuevas amigas comenzó con conversaciones cibernéticas a tres casi todas las noches, eran buenas noches. Conversación a conversación me fui granjeando su confianza. Pasaron un par de meses hasta que tuve una nueva oportunidad de verlas, había una fiesta organizada por gente del pueblo de Pu que yo conocía.

Como toda fiesta en estos lares, el paso previo antes de ir a la discoteca es ir a beber a la calle. Era una fría noche de invierno en la que no hubiera salido si no llega a ser porque sabía que podría verlas. Aun así, no cuidé mi ingesta de alcohol y llegué al modo de no conciencia de tu alrededor.

En el punto álgido de mi ebriedad contacté con ellas. Cuando conseguí discernir entre la borrosa marabunta sus figuras, ya no sabía ni lo que hacía. Solté un par de burradas y me eché un par de fotos con ellas, mi estado no daba para más. La noche acabó alejado de ellas, cabreado y con mal sabor de boca: nunca supe aprovechar una buena oportunidad.

Después de ese día las cosas entre nosotros volvieron a su cauce. Me agradaba platicar con ellas y ellas se mostraban receptivas a mis excentricidades. Las estimaba por ese simple hecho, pocos me las aguantan.

Las cosas iban bien e incluso tuve un par de oportunidades más de verlas, mas mi comportamiento etílico no varió. No sabía cómo encauzar lo que sentía con lo que debía mostrar, y ello me iba corroyendo poco a poco. En la vida te enseñan a que has de amar a una persona y dedicarte a ella, pero yo buceaba entre dos mares de difícil delimitación.

Mientras una me asombraba con su aparente graciosa ingenuidad, otra me mostraba sus ocurrencias llenas de ingenio. Era como intentar escoger entre mis dos hemisferios cerebrales, se necesitan a ambos para estar pleno. Ellas, supuestamente, no discernían lo que en mí manaba. En cambio, yo sabía que si me tiraba a la piscina moriría ahogado.

Por curioso o infundado que parezca, todo acabó en una mala tarde de mensseger como tantas otras. En ela, el portapapeles me jugó una mala pasada y pegué el link a este maldito blog en la conversación. Se dieron cuenta que mi locura no era fingida, sino real; incluso me tachaban de loco sexópata. Andaba desquiciado en aquellos tiempos, llegué a buscar qué significaba sexópata en la RAE, pero no la identificaba como palabra.

Actualmente poco queda de aquellos tiempos. He podido superar el carecer de sus atenciones para conmigo. Aunque he de reconocer que escribo estas líneas con la pena en mis ojos y la melancolía en mis dedos.

Parece que fue ayer (II): Tengo cama cerca

25 de octubre de 2009

Acabé entablando conversación con María Ronalda, aunque prefería que la llamaran Ronalda a secas, incluso Ron mejor. Luego estaban las otras dos: una que amenazaba constantemente la integridad de mis testículos, también conocida como Melisa, y la inseparable amiga de Ron: Coca-Cola. En realidad se llamaba Maripú, Pu –no confundir con Pooh- para los amigos; era una chica tímida, un tanto desconcertante, con una mirada recelosa que no sabías hasta qué punto te juzgaba u odiaba, además era la chica disponible aquella noche, hasta cierto punto era interesante. Por otro lado estaba Melisa, una chica con personalidad, dominante, a la cual no me atrevía dirigirme: siempre parecía superior a mi ímpetu. El resto del grupo suponía una masa informe de personas, aunque creo recordar a un tipo que se llamaba David que estaba muy borracho, pero nada más destacable.

A partir de aquí me intenté establecer entre ellos, también conocidos como los tirados de la puerta. La conversación era una concatenación de estupideces con Ron, aún así era divertido, la chica tenía conversación. Sobra decir que, a estas alturas de la noche, la pequeña Ron se estaba convirtiendo en mi objetivo sexual de la noche; su atrevimiento, perspicacia y ese particular brillo que siempre desprenden sus oscuros y diminutos ojos la hacían aquella noche formar parte de mis más bajos deseos, incluso su pequeña altura acompañada de su acento la dotaban de un plus de sensualidad que yo era incapaz de pasar inadvertido o resistirme. Es cierto que estaba en el bando de las no disponibles, pero: ¿qué es eso en una noche de jueves con tanto alcohol de por medio?

Si bien mi objetivo estaba claro, soy un buen colega y no podía abandonar sin más a mis compañeros de juerga, así que hice una última incursión por el bareto. La bebida ya estaba escaseando, la gente simplemente procuraba mantenerse erguida. La gente irradiaba felicidad, parecía que le hubieran hecho una felación a cada uno en el baño y se vieran en la obligación de abrazar a todos para demostrar su agradecimiento, por suerte nadie me embadurnó con sus flujos estomacales.

Poco después decidieron cambiar de lugar para continuar la fiesta, yo ya estaba sobrio y cansado de gilipolleces y de todo. Con más desgana que otra cosa, emprendí la búsqueda del siguiente antro al que ir. Era el típico momento de la noche en que, si estás en tu casa intentando dormir, maldices a los hijos de perra que berrean por las calles o, por contra, deseas ser uno de ellos. Los semáforos eran solo un reto más que superar, lástima que ningún vehículo colaborara en la emotividad. Por mi parte, había perdido de vista a las hembras, ya solo quedaba dejarse llevar.

Tras pasar el cruce que separaba el bien del mal, me debatía entre continuar o volver a dormir a casa. Cuando la segunda opción estaba ganando fuerza, me encontré para mis sorpresas a Ron y Maripú en el parquecillo que había enfrente. Empecé a conversar con ellas: que si tal, que si tal cual. Ron me advirtió de que mis compañeros se iban alejando, pero le contesté que prefería estar con ellas. La decisión estaba tomada, no había vuelta atrás. Era ocasión de echar el resto por Ron, o por las dos: tres no son multitud por más que diga lo contrario el refrán.

Les sugerí que me acompañaran a casa puesto que vivía relativamente cerca, ellas me explicaron dónde vivía cada una. Al darme cuenta de que aún les quedaba un buen trecho por recorrer, les ofrecí muy galante e inocentemente un sitio en mi cama. Huelga decir que no aceptaron mi proposición. A pesar de mi oprobio, me pidieron que volviéramos a ponernos en contacto y, para ello, me pidieron el correo electrónico.

Parece que fue ayer (I): Suelo perverso, ideas húmedas

23 de octubre de 2009

Era una noche de festividad, un grupo de jóvenes reunidos para celebrar el comienzo del curso. Antes del jolgorio viene la preparación, para unas es engalanarse y pintarse hasta perder el concepto de uno mismo y para otros es beber cerveza para encontrar el no concepto del resto. Fotos por aquí, fotos por allá. La noche se presenta con temores: nunca fui partidario de las fiestas hermanadas.

El destino era un bar arrendado para celebrar una barra libre privada. De camino al mismo, las primeras gotas de lluvia se esparcen por nuestras cabezas; lluvia fina que no hace temer nada poco deseable. Ya en el bar, bebidas de toda clase: vodka, ginebra, whiskey, ron… camareros torpes más pendientes de vigilar lo que ocurre que de cumplir sus funciones como tales, aunque quizás su función primera fuera intentar conservar el triste mobiliario.

Los primeros cubatas ya han caído, las risas suben de tono a cada momento, el ambiente se empieza a caldear. En este punto, solo cabe la solución de beber a solas para, de una forma u otra, intentar conservar la independencia de uno sobre el grupo dentro de la fiesta. Pero no solo eso es necesario, también se requiere de soltar varios comentarios sórdidos sobre la sociedad para que la gente te tome por bicho raro y, seguidamente, se alejen de ti. Otro vodka ha caído, ya van...

Más gritos, más alegría. Uno dice: “¿Has visto eso?”. Otro contesta “¡Mola!”. En verdad, eso es lo que ellos creen que dicen porque solo un batiburrillo de palabras inconexas es lo que escucha cualquier agente externo. Yo prosigo mi postura inane junto a la barra; contemplo a las chicas y procuro ser levemente simpático, aunque con un poco de desprecio que nunca viene mal. Tampoco eso dura mucho, la paciencia y las mujeres nunca los concebí como ideas vinculadas.

Al final me canso, no soporto a la gente que en su estado de ebriedad intenta charlar contigo cuando de continuo jamás se pararían a mantener algo más profundo de: “¡Hola! ¿Qué tal?”. Salgo a ver cómo se está afuera, sigue lloviendo someramente, finas gotas humedecen mi pelo. Decido volver a entrar: prefiero alcohol en mi sangre que agua en mi cabeza.

A pesar de todo, soy un ser social e intento inmiscuirme dentro de algún grupo, el que me pueda ser más afín. No fructifica mi vano intento, la gente es rencorosa incluso cuando no son capaces de discernir más allá de lo que su cerebro imagina como realidad, puesto que no le llegan suficientes impulsos nerviosos. Para la manada soy en este momento un ser hostil, alguien al que expulsar.

Como soy buen tío, me piro pronto, les dejo con sus mierdas. Me salgo a la calle, la suave lluvia continúa. Junto a la puerta del garito, hay un grupo de personas postradas contra la pared, decido mantener algún tipo de conversación. Me cuentan que vienen de una fiesta de bienvenida de la universidad, alguna que otra banalidad y chascarrillos sobre drogas blandas. Me preguntan qué coño hay dentro del garito que no les dejan entrar, les respondo que hay una fiesta privada con barra libre. Ahí están las palabras claves: “Barra Libre”.

En este preciso instante soy doblemente estúpido: los de dentro no me quieren ni ver y los de fuera me quieren para que les saque bebidas; al menos, pienso, la conversación va saliendo adelante. El siguiente paso es concentrarme en el sector femenino, no hay duda. El disimulo nunca se me dio bien y una chavala me exhorta: “Todas tenemos novio menos ella”, prefiero no hacer caso.

A continuación encuentro dentro del grupeto a una chica con acento argentino y, rápidamente, focalizo la conversación: “¡Oh, eres argentina! ¿Conoces Martín (Hache)? Esa película me encanta”. A lo que María Ronalda -nombre extraño, cierto- contesta: “Sí, está bien, pero prefiero Nueve Reinas, ¿la conocés?” Ahí me lamento, no he visto la película. Mas no me dejo desfallecer y, tras haber pensado en Martín (Hache), me autoproclamo: “Soy un lúcido, ¡adelante!”.

Cansancio

2 de octubre de 2009

Los días se suceden a un ritmo frenético. Todo es un ir y venir de intensos momentos en novedosos lugares. Un movimiento, un giro de cabeza o rodilla se presentan como una inquina que se tendrá que superar para poder avanzar. A cada paso logrado, se cruzan ante ti seres animados en cuyos rostros eres capaz de distinguir algo común en todo ellos: el frenesí de la rutina.

La rutina es la fuerza que nos mantiene inertes al sufrimiento de la conciencia. Le cedemos el poder de nuestra propia individualidad para poder concentrarnos en una vida colectiva que carece irónicamente de tal carácter. Aun así, creemos concienzudamente en nuestro entorno y todo lo que éste puede generar para nuestro propio desarrollo.

En nuestro camino surgen escollos que erosionan nuestra confianza y deseos de permanecer inalterados en el continuo paso del tiempo. Dependiendo de la propia persona, esta erosión alcanzará alguna cota o, por el contrario, solo se transmutará en una simple anécdota.

Uno se ha de preguntar hasta qué punto es adecuada la rutina, cuándo hay que decir basta y romper con las riendas que sujetan tu vida. En la rotura, se produce una gran eclosión de energía retenida que rara vez se sabe canalizar. Este fulgor termina con un agotamiento mental y físico que uno siente como provechoso y realizador.

Este bienestar interior, el haber visto que te puedes liberar de tu particular yugo, hace que estés predispuesto a retomar tu rutina sin mayor tristeza. Finalmente, esto se traduce en diversos ciclos continuos en el tiempo, su duración depende de la persona y su madurez tanto física como mental. ¿Cuál es el tuyo?

Verano

3 de julio de 2009

Ha llegado el verano. Los últimos días de junio se van disipando poco a poco. El calor y el tedio no perdonan. Los días pasan al igual que las noches. La calle viste solitaria, traje que contemplo desde mi ventana.

Suave fluir de colores y sensaciones agolpan mis pensamientos al término de otra temporada. Momento de hacer balance sobre las acciones llevadas a cabo y las que en el camino se perdieron. La pregunta siempre gira en torno a si las primeras rentabilizan la pérdida de las otras. Es obvio que no, nada compensa lo no hecho por más que te intentes autoconvencer.

¿Hasta qué punto actuamos desde el propio autoconvencimiento? ¿Realmente nuestras elecciones son libres? ¿No parte todo de unas premisas sociales que inconscientemente adoptamos? ¿A la vez que transformamos para dar coherencia a nuestros actos desde el principio de la autonomía personal e individual? Preguntas que se repiten una y otra vez en mi cabeza.

En cambio, hay otros comportamientos que nacen inconscientes fruto de la pasión, agonía o cualquier estado emocional límite. ¿No es esto el completo desarrollo de acciones libres? ¿Es lo irracional libre? Mientras tanto, seguiré en mi búsqueda de racionalizarlo todo.

¿Quiero ser libre o dueño de mí mismo? El control sobre mí mismo desencadena en un intento por gobernar toda mi periferia, mi campo de actuación. Concebir el conocimiento como paso previo a la dominación. Cordura o locura. Enfermizo.

¿Hasta dónde alcanzan nuestras acciones? La percepción de los demás sobre la realidad escapa a mi conciencia. ¿Cómo posicionarme en la cabeza del otro? Sin empatía no hay comprensión, ¿pero hasta qué punto se puede aprehender la empatía?

Cabrón!

29 de junio de 2009

Son las cuatro, estoy delante del ordenador. Como patatas fritas, intento borrar lo ocurrido: mi miembro lo necesita.

Todo comenzó a las 22:00. Lo típico: "vente a tomar unas cervezas y lo que surja". Allí estuve, y aquí ando. Borracho me puse, borracho permanezco. Todo iba sobre ruedas, pues las articulaciones no podía mover.

Quedada típica, "Buitre no Come Alpiste" de banda sonora, ¿una premonición o la realidad? La realidad avanza, la cerveza baja. Estamos los que estamos, cuatro rabos y una concavidad, diosa esta.

Ya nos hemos presentado, nada puede fallar. Cerveza tras cerveza viene, a la vez que se va. Llegamos al lugar de cortejo, otras veces conocido como discoteca.

Muchas hembras, pero ninguna como ella, nuestro pene lo indica. Cual brújula marca el horizonte, cual lengua señala el destino. El destino se halla, a la vez que se roba.

Tras izar la bandera poco queda, solo intentar culminarla, proclamarla. Eso no ocurre, un traidor de la patria la roba, y se fuga con ella. ¡Muerte al hereje!

Poco queda después de ello, la miseria y el odio van creciendo en forma de envidia. Tu yo interior se ríe, no lo puedes negar, es gracioso. ¡Me cago en Dios! -exclamas, pero solo es una defensa-.

¿Por qué a mí? !Era feliz¡ No puedes verlo MCN, te ha tocado. ¡Pero yo quiero luchar! Lucha cuanto puedas, pero tu sino es éste masturbación compulsiva hasta que el roce te deje inconsciente. No, me niego; huiré de ello hasta que la desesperación moral y ética me permita. ¿Qué dices marica? Sabes que no puedes ir más lejos, tu ritmo no llega a más, tu barba es triste y tu pene flácido. Eso no es cierto, yo puedo, sé que puedo; lucharé, lo conseguiré. No me provoques risa, tu intento de comida alrededor de su cuello ha sido suficientemente triste. Cabrón, he dado lo máximo, ¡no me tortures! Te torturo, es lo que te mereces; vete a la cama, es tu sitio, el lugar que te pertenece. ¡Me merezco el cielo! ¡Y tú a mis rodillas! ¡JA! No eres Céline, ni Ferdinand Bardamu; solo un triste pringado que no sabe como eyacular. Ahí has dado, no puedo contradecir la certeza que ante mis ojos has descubierto; abandono, la cama me aguarda, como siempre.

En una noche, solo hay varias cosas que hacer, para un hombre solo una. Tú y yo sabemos cuáles son, vislumbra y acertarás, con mi pene te compadecerás. En la oscuridad nos encontraremos, tras una lágrima y un cabrón se encuentra nuestra vereda. Al final nos encontraremos, pero la putada será que no nos daremos cuenta. Vagar es nuestro sino, encontrarnos nuestra perdición.