Parece que fue ayer (II): Tengo cama cerca

25 de octubre de 2009

Acabé entablando conversación con María Ronalda, aunque prefería que la llamaran Ronalda a secas, incluso Ron mejor. Luego estaban las otras dos: una que amenazaba constantemente la integridad de mis testículos, también conocida como Melisa, y la inseparable amiga de Ron: Coca-Cola. En realidad se llamaba Maripú, Pu –no confundir con Pooh- para los amigos; era una chica tímida, un tanto desconcertante, con una mirada recelosa que no sabías hasta qué punto te juzgaba u odiaba, además era la chica disponible aquella noche, hasta cierto punto era interesante. Por otro lado estaba Melisa, una chica con personalidad, dominante, a la cual no me atrevía dirigirme: siempre parecía superior a mi ímpetu. El resto del grupo suponía una masa informe de personas, aunque creo recordar a un tipo que se llamaba David que estaba muy borracho, pero nada más destacable.

A partir de aquí me intenté establecer entre ellos, también conocidos como los tirados de la puerta. La conversación era una concatenación de estupideces con Ron, aún así era divertido, la chica tenía conversación. Sobra decir que, a estas alturas de la noche, la pequeña Ron se estaba convirtiendo en mi objetivo sexual de la noche; su atrevimiento, perspicacia y ese particular brillo que siempre desprenden sus oscuros y diminutos ojos la hacían aquella noche formar parte de mis más bajos deseos, incluso su pequeña altura acompañada de su acento la dotaban de un plus de sensualidad que yo era incapaz de pasar inadvertido o resistirme. Es cierto que estaba en el bando de las no disponibles, pero: ¿qué es eso en una noche de jueves con tanto alcohol de por medio?

Si bien mi objetivo estaba claro, soy un buen colega y no podía abandonar sin más a mis compañeros de juerga, así que hice una última incursión por el bareto. La bebida ya estaba escaseando, la gente simplemente procuraba mantenerse erguida. La gente irradiaba felicidad, parecía que le hubieran hecho una felación a cada uno en el baño y se vieran en la obligación de abrazar a todos para demostrar su agradecimiento, por suerte nadie me embadurnó con sus flujos estomacales.

Poco después decidieron cambiar de lugar para continuar la fiesta, yo ya estaba sobrio y cansado de gilipolleces y de todo. Con más desgana que otra cosa, emprendí la búsqueda del siguiente antro al que ir. Era el típico momento de la noche en que, si estás en tu casa intentando dormir, maldices a los hijos de perra que berrean por las calles o, por contra, deseas ser uno de ellos. Los semáforos eran solo un reto más que superar, lástima que ningún vehículo colaborara en la emotividad. Por mi parte, había perdido de vista a las hembras, ya solo quedaba dejarse llevar.

Tras pasar el cruce que separaba el bien del mal, me debatía entre continuar o volver a dormir a casa. Cuando la segunda opción estaba ganando fuerza, me encontré para mis sorpresas a Ron y Maripú en el parquecillo que había enfrente. Empecé a conversar con ellas: que si tal, que si tal cual. Ron me advirtió de que mis compañeros se iban alejando, pero le contesté que prefería estar con ellas. La decisión estaba tomada, no había vuelta atrás. Era ocasión de echar el resto por Ron, o por las dos: tres no son multitud por más que diga lo contrario el refrán.

Les sugerí que me acompañaran a casa puesto que vivía relativamente cerca, ellas me explicaron dónde vivía cada una. Al darme cuenta de que aún les quedaba un buen trecho por recorrer, les ofrecí muy galante e inocentemente un sitio en mi cama. Huelga decir que no aceptaron mi proposición. A pesar de mi oprobio, me pidieron que volviéramos a ponernos en contacto y, para ello, me pidieron el correo electrónico.

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