Tarde de verano

19 de agosto de 2008

Era una calurosa tarde de verano, el calor se deslizaba por tu piel al compás del sudor que desprendes, para compensar la sequedad producida por la árida brisa proveniente del Sahara. Hacía un par de meses desde la última vez que nos vimos, aquella fresca noche primaveral; palabras que se fueron sin acabar, miradas que no se encontraron, labios que no se vieron.

La saludé huyendo de cualquier tensión preestablecida, ella me respondió con una simpática sonrisa, me tranquilizó. Comenzamos a caminar, nuestros diálogos fluían por el tiempo que estuvieron aislados, bloqueados. Las risas también se sucedían, poco a poco mi circulación se llenaba de fuerza, vitalidad.

El tiempo transcurría, aunque no lo percibiese, navegábamos en el idealismo. De repente, una ráfaga de viento cubrió su rostro con su dorada melena, simplemente evocador. Estaba degustando un fino helado de nata y fresa sobre una copa de cristal. Algo mío había en esa copa.

La tarde se fue tan pronto como vino la noche, acompañada de su marcha. Ya poco importaba, la soledad con buen sabor se digiere bien, incluso con placer. Me fui a un bar próximo de donde nos hallábamos, no más de dos minutos andando, me tomé un par de cañas, el camarero me felicitó, sabía que algo bueno me había ocurrido esa misma tarde.

No hay comentarios: