Las lolitas polacas

14 de julio de 2008

Habíamos quedado con nuestras amigas mexicanas, dos chicas no carentes de sensualidad, e incluso una destilaba un atisbo de inteligencia; cuerpos menudos con cautivadoras curvas envueltas en trajes de fiesta que en nuestras mentes simplemente estorbaban. Así que la noche comenzó diferente, no estábamos solos, rompimos la costumbre de permanecer solos en el bar de siempre bebiendo cerveza para intoxicarnos lo suficiente para hacer frente la noche sin demasiado pesimismo.

De todas maneras, su compañía no la veía con demasiado optimismo, nuestros intereses claramente diferían, ellas querían baile y farra, yo simplemente bajarle las bragas en el baño del bar con fuerte olor a orina; me pone ese olor, cada uno tiene sus fetiches. Poco duraron en el bar, la música les disgustaba; solo dos pintas de cerveza cayeron por nuestra parte, ellas en cambio prefirieron vodka rebajado.

Salimos y nos encaminamos a un club, se llamaba coalition. Entramos, música latina, el mundo latino invadiendo la aburrida monotonía de un educado pueblo inglés. La internacionalidad no se escondía, Latinoamérica, Polonia, España, también un chaval de Israel que se arrimaba a las mexicanas... puto judío... no me importaba, me fui a la barra directamente, otra pinta para el cuerpo.

Nos acercamos a un grupo de polacas, difícilmente alcanzarían la mayoría de edad. Para asegurarnos de su condición, les preguntamos sobre su creencias religiosas, en efecto, católicas. El morbo aumentaba por momentos, lolitas católicas polacas menores de edad, el pantalón rozaba. Pusimos en juego nuestra exquisita simpatía, nos presentamos, recuerdo el nombre de una, Marga, Margaret o alguna mierda similar.

La rubia polaca y yo comenzamos a bailar, danzar, el ritual previo a meter la mano entre las piernas y subir, subir. Tenía unas caderas apetitosas, con el toque justo de carne, un lugar óptimo del que agarrarse. La excitación crecía, la prendí por las nalgas suavemente cuando se aproximó, se dibujó una ligera sonrisa en su cara. Su escasa falda se deslizaba arriba y abajo al ritmo de la música, su tanga púrpura se empezaba a asomar, una vez me dijo hola.

Al final huyó, había pecado demasiado me dijo, yo le pedí pecar un poco más debajo de la barra, le entraron un poco de arcadas y se fue. Seguí bebiendo hasta que me rendí en mi tumba particular, la playa y su brisa. La luna era bonita.

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